Cuando llegué a esa dirección había no menos de cuarenta muchachos en fila esperando ser entrevistados, me formé y al cabo de cerca de dos horas llegué hasta un privado y me entrevisté con el señor Rodolfo Galindo, quien era el gerente general, me dijo que la oficina era una agencia de publicidad, que el puesto de "office boy" ya había sido contratado, pero después de observarme detenidamente sorpresivamente me dijo que si me interesaba trabajar como vendedor, el puesto era mío, a lo cual inmediatamente le pregunté qué producto era el que iba a vender, me dijo que esa oficina era una de publicidad, y lo que se promocionaba era eso, precisamente la venta de publicidad, que básicamente consistía en vender publicidad impresa en los medios gráficos, como el periódico y anuncios en diferentes promocionales como luminosos e impresos.
Me pareció algo muy difícil de realizar, y en ese momento le comenté al señor Galindo que mi experiencia en ese tipo de ventas era totalmente nula, pero que sí me interesaba debido a mi gran necesidad económica. Me explicó que durante un mes me daría un pequeño sueldo semanal, para capacitarme, y una vez transcurrido ese tiempo únicamente me pagaría el 10% de comisión por ventas realizadas, con lo cual estuve de acuerdo. Me presente al día siguiente a las 9:00 AM, ya estaba ahí una secretaria cuyo nombre no recuerdo, noté que era muy inteligente. Me pidió que me sentara en la recepción y esperara a que el señor Galindo me recibiera en su privado. Poco tiempo después llego un señor un poco robusto que aparentaba ser bonachón, era; Juan Montiel, socio del señor Galindo, este me instruyó acerca del producto que iba a vender, dándome algunos prospectos ubicados por la zona de Avenida Chapultepec, y Vallarta.
Sin más que una lista de precios, y aún sin tarjetas de presentación, ese mismo día salí a la calle en busca de ventas, disponía hasta las 2:00 PM para hacer alguna. Al transcurrir de las horas, y después de visitar no menos de diez prospectos, no cerraba ninguna venta, me conformaba que era el primer día y parecía lógico que no vendiera. Así fue toda la semana, únicamente había promesas de compras diversas, como publicidad impresa, pero nada concreto. Llegado el sábado rendí un informe por escrito al señor Galindo, y asentando la cabeza lo aprobó no muy contento, ya que, dijo, era el único vendedor que había, (no sé si lo hizo a manera experimental, porque pudo tener varios).
Me pagó la compensación que me prometió, eran doscientos pesos, inmediatamente les pagué a mis abuelos mi semana y le mandé a mi madre cincuenta pesos, el resto era para mis estudios y gastos. En la segunda semana de trabajo, y si mal no recuerdo a media semana, cayó una tormenta con vientos muy fuertes, había dejado una de mis tarjetas de presentación en un negocio que se ubicaba a un costado de Telmex, por avenida Vallarta, a dos cuadras de Chapultepec, en aquel entonces Lafayette, el negocio se llamaba "Aunt Jemima", cuando pasé caminando la siguiente mañana frente al mismo, ya que era mi vía para llegar a mi trabajo, vi que el anuncio luminoso de ese negocio estaba tirado hecho pedazos en el suelo, al llegar a la oficina, en la recepción estaba una pareja de ancianos, dijo el señor Galindo que me esperaban, inmediatamente les pregunte para que me querían, eran los de ese negocio (no los recordaba, a pesar de haberles dejado una tarjeta de presentación), me dijeron que necesitaban el anuncio que la tormenta les había tirado, los pasé al privado de mi patrón y ahí se los cotizó en siete mil pesos, con lo cual estuvieron de acuerdo, y lo pagaron anticipadamente, prometiéndoles el señor Galindo entregárselos en ocho días.
Cuando estas personas salieron de la oficina, el señor Galindo tomó setecientos pesos, y me los entregó, me dijo; es tu comisión y es la primera, espero que haya muchas más como esta o mejores. Me parecían millones aquellos cientos, les di a mis tías, ya que tenía algunos atrasos con el pago de mis semanas, y en la primera oportunidad fui al pueblo y le llevé dinero a mi mamá, para ella y mis hermanos. Ya no hubo ninguna otra venta de esa magnitud,
Entre los clientes que recuerdo que tenía en aquel entonces estaban "Constructora Autlense", con el Ing. Pelayo al frente, restaurante "Los Otates", por Avenida Américas, "Centro de Idiomas", en Avenida Hidalgo y Américas, y otros. Al cabo de unos tres meses el señor Galindo, quien tenía un hermano en una cadena radiofónica en la ciudad de México, DF tuvo que irse a apoyarlo, y se quedó el señor Juan Montiel al frente de la agencia, no tardo más de quince días en cerrarla, prometiéndome que pronto abriría otra, lo cual nunca sucedió.
En mis estudios iba muy bien, claro mi promedio había bajado ya que por mi trabajo, mi atención no era la misma, y generalmente tenía que estudiar de noche. Ingresaba a clases a las 3:00 PM y salía a las 9:00 PM, tomaba mi camión en la esquina de la calle San Felipe, y este me dejaba a una cuadra de la casa de mis abuelos. Recuerdo que cuando llegaba, con aquel apetito y ganas de comerlo todo, únicamente se me daba un vaso chico con leche y pocos frijoles refritos, con unas dos o tres tortillas. Terminando de “cenar” me iba a estudiar, y preparar las tareas que dejaban algunos maestros (la mayoría), o también estudiaba para los exámenes, cuando era tiempo de presentarlos, era muy difícil, había que luchar, y hacerlo con mucho empeño y decisión. Me favorecía la ausencia de maestros a clases, y ante la misma, era menos tarea que preparar.
Se acercaban los exámenes finales, y no tenía todavía otro trabajo, me sostenía con los setecientos pesos que había ganado y de algunas otras comisiones. Mis ahorros no pasaban de dos mil pesos, debido a mis gastos, como ropa, camiones, pago a mis abuelos, las sumas que enviaba a mi madre, etc. Me había abstenido de comprar libros, únicamente tenía el de biología, los demás los consultaba en la biblioteca de la escuela, o bien en la del Estado. También lo hacía con algunos compañeros, pidiéndoselos y sacándoles copias. Cuando presente los exámenes, todos ordinarios (ningún extraordinario), me fue muy bien, a excepción de álgebra, ya que no pude estudiar para dicho examen porque había llegado de Unión de Tula a visitarme mi hermano Habacuc, y lo llevé a pasear al parque Agua Azul, que antes también funcionaba como zoológico, en la referida materia obtuve un 65, lo que me descompensó con las otras, no obstante mi promedio era de cerca de 85.
Terminado el primer año de preparatoria mis tíos y abuelos, pero principalmente mi tía Alida (+), me llamaron y me dijeron que ya no me podían tener en su casa para el segundo año. La noticia me consternó causándome tristeza, y también sorpresa, no podía creerlo, por qué me expulsaban de su casa si no había fallado ninguna vez con el pago semanal, no llegaba tarde, tampoco les estorbaba, dormía en el suelo, en un tendido para no incomodar con el espacio que era pequeño en cada recamara, mi única diversión era el cine, cada ocho días, o a veces cada quince. Sin embargo digerí la noticia y con toda serenidad se las comunique a mis padres, no sin antes darme a la tarea de buscar una casa de asistencia en donde pudiera continuar viviendo.
No recuerdo cómo, pero me enteré de que en una, que se ubicaba en la calle Donato Guerra numero 6, esquina con Morelos, vivían ahí asistidos Santiago Delgado Mejia (Chago) y Miguel Díaz (El negro), ambos paisanos, el primero hijo de Don Santiago Delgado, el ex telegrafista, y el segundo, de Don Jesús Díaz, padre de Jaime y de Pepe(+). Sin que ellos lo supieran fui y pregunté por el dueño de la mencionada casa, eran dos ancianitas hermanas, Doña Nena y Doña Fidela, me recibieron muy cortésmente y me preguntaron que quién me había recomendado con ellas, informándoles inmediatamente que Santiago y Miguel (aunque no era cierto), me indicaron que únicamente tenían un cuarto, y era compartido con otro estudiante, me rentaban a seiscientos pesos mensuales, con derecho a las tres comidas, lavada y planchada de ropa.
Me mostraron el cuarto, se ubicaba hasta el final y a la derecha de un pasillo en la planta alta de la casa, a la cual se accedía por una gradas en forma de caracol, con puerta a la calle. Todas las habitaciones que se rentaban se encontraban en esa área de la planta alta, algunas con ventanales a la calle. Así mismo me indicaron las reglas internas y los horarios de las comidas, así como la exigencia de la puntualidad en el pago de las mensualidades. De inmediato acepté y les entregué la suma de seiscientos pesos, por concepto del primer mes pagado en forma adelantada. Mi padre me había prometido venir en cuanto le avisara que ya tenia en donde vivir, fue así como al los dos días llegó, acompañándome a la casa de asistencia, en donde platicó con las dueñas y me recomendó con ellas. Ya estaba instalado en esa casa, les había dado las gracias a mis abuelos y tías, algún resentimiento me aquejaba, pero con el tiempo lo fui venciendo.
Santiago y Miguel estaban instalados por el mismo corredor que conducía a mi cuarto, pero en otro que se encontraba más alto, al cual se llegaba por una escalera de materia, fui y me presenté con ellos, se sorprendieron mucho de que yo estuviera viviendo en ese mismo lugar, y les pedí de favor, si las dueñas acaso preguntaban, dijeran que me habían recomendado. Al día siguiente del que me instalé conocí a mi compañero de cuarto, Pepe Casillas, de San Miguel El Alto Jalisco, estudiaba también la prepa, como yo, pero en la Vocacional de la U. de G. Nos identificamos y nos hicimos grandes amigos (hasta la fecha, es odontólogo, y radica en su pueblo), no duró mucho tiempo compartiendo el cuarto con el de la voz, ya que junto con su hermano ("El Charro", que rentaba otra habitación) se cambiaron a vivir a otra casa, con unos familiares.
Me encontraba en los meses de julio-agosto de 1971, y de nuevo, ya casi sin dinero, y sin trabajo; había que conseguirlo, y de prisa. Comencé a presentarme en diferentes lugares, llenado solicitudes, sin tener ningún éxito inmediato, ya habían iniciado de nuevo mis clases, ahora en segundo año. Había pagado otro mes de renta de la casa de asistencia, y estaba corriendo el siguiente, demasiado preocupado pensaba en emplearme en el trabajo que fuera, pero únicamente por las mañanas, fue así como llegué a una empresa que se llamaba "Rodhers", se encontraba por la avenida 16 de Septiembre, el dueño era hermano del de otra empresa similar denominada "Rodygan". Me entreviste con él y me dio el puesto de vendedor de muebles para oficina, sin sueldo, únicamente comisiones, el cual de inmediato acepté.
Empecé a tratar de vender, solo con un muestrario que tenía las fotos de los muebles, y visitando negocios y oficinas, fue así como recorría todo el centro de la ciudad. Ya se había vencido el siguiente mes de renta de la casa de asistencia y no tenía para pagarlo, ni tampoco lograba vender ningún mueble, la situación era desesperante. Recuerdo cuando ya debiéndoles a Doña Nena y a Doña Fidela, me senté a la mesa a comer, y delante de mis amigos y otros estudiantes, las señoras, me levantaron de la mesa, y me dijeron que a mi no me servirían de comer porque les debía un mes de renta. Totalmente avergonzado me fui al mercado Corona, que se encontraba a tres cuadras del domicilio de la casa de asistencia, y busqué que comer, traía en mis bolsillos no más de quince pesos, y ese era todo mi capital.
Los días que siguieron fueron todavía más duros, tuve que ir a San Juan de Dios a vender un reloj que tenía, por el cual me dieron treinta pesos, y con eso comía en donde podía hacerlo. Por las noches junto con Santiago Delgado, quien me acompañaba, violaba el refrigerador de la casa de asistencia, lo hacía con un desarmador, y me llevaba queso y leche. En esos momentos abrigaba alguna ligera esperanza de que mi padre me enviara algún dinero, lo más triste fue cuando él, junto con el Profesor Jesús Beltrán (Periquito), me visitaron, al ver que llegaban me emocioné mucho, y pensé que posiblemente tenía resuelto mi problema del pago de mi renta. Mi sorpresa fue mayor, cuando escuché que mi padre me pedía cincuenta pesos, prestados.
Como viera que no obtenía ingresos en mi trabajo, y la renta avanzaba, pudiéndose juntar dos meses atrasados, visité a mi tía Mercedes Villaseñor Fletes, quien viva por la calle de Industria, y a quien en repetidas ocasiones mi padre recurría en busca de alguna ayuda económica, y se la daba. Ella era hermana de mi abuela paterna Luz Villaseñor Fletes, cuando le pedí de favor que me ayudara a pagar mi mes de renta vencido, accedió y con mucho gusto fue personalmente a mi domicilio, y les entregó el dinero a las señoras Doña Nena y Doña Fidela. No me apoyó con más dinero, únicamente con ese mes de renta.
Continué tratando de vender, nadie compraba nada, los días pasaban y mi desesperación e inseguridad de continuar en la casa de asistencia crecían.
Continúa en la octava entrega.
Lic. Hermán René Real