viernes, octubre 22, 2021

Historia de Vida, novena entrega.


Mercado de abastos de Guadalajara.

     Fue así como, aceptando aquel trabajo, sobre todo por necesidad (era el 03 de febrero de 1973) decidí ingeniármelas con el maestro en turno de las 8:00 AM a las 9:00 para lo cual me sinceré con él y le dije que le solicitaba su ayuda, ya que a esa hora precisamente la de su clase, era también en la que tenía que ingresar a mi nuevo trabajo, la que me fijaron a las 8:00 AM. El maestro me dijo que no me prometía nada, que hablara con el director el Lic. Romero González, pero que lo hiciera en otra fecha, y si el accedía a concederme el derecho a examen extraordinario no había ningún problema. Por lo pronto me presenté al segundo día de mis labores, tenía que estar junto con mis demás compañeros en almacén. 

    El almacenista nos dedicaba parte de su tiempo, y nos iba enseñando todo lo relacionado con las llantas y su uso. Entre los compañeros estábamos: Izarrarás, Juan Castillo, Florencio Salazar, Sr. Ocampo, Alberto Toscazo, David Espinoza, Sergio Santillán y el que escribe. El señor Carlos Estrada nos supervisaba y nos hacia preguntas, llegado el sábado me pagaron la suma de doscientos cincuenta pesos, y nos indicó el señor Estrada que a partir del próximo lunes tendríamos una junta diaria a las 8:00 AM, donde se nos tomaría asistencia, y a las 9:00 AM saldríamos a la calle a vender, para lo cual se nos otorgaron dos listas de precios, una color verde, que era la de menudeo (menos de diez vehículos) en la portada aparecía una leyenda que decía: “ Los mismos precios desde 1959”, la otra lista era de color azul, contenía los precios de mayoreo, para clientes de más de diez vehículos. 

    ¿A donde iría a vender, que me resultara provechoso por el poco tiempo de que disponía, para luego ingresar a clases? No lo pensé mucho y decidí ir al mercado de abastos, me trasladé y llegue primero a la calle 4, la primera bodega que visité fue la de Don Nabor Rodríguez(+) si mal no recuerdo era la bodega 408, ahí trabajaba José Rodríguez Sánchez (actualmente mi compadre) quien era hijo de Don Nabor, se vendían piñas de Oaxaca. Al ofrecerles llantas, lo primero que me dijeron era que no ocupaban, y que además ya compraban en Good Year Albarrán, no obstante insistí en abrirles una línea de crédito y les llene una solicitud de menudeo, fue la primera. Continué caminando y llegué hasta la bodega de Don Eusebio Jiménez(+), era dueño del balneario Los Camachos, su socio era el señor Carlos Camarena Acosta (+), vendían jitomates, les levanté otro crédito, cuenta nacional. 

    En el transcurso de la semana visité y abrí nuevos créditos a José Cortes, Adolfo Fonseca (+) José Luís Quezada Macias, Felipe Vidal Jiménez, Enrique Espejo (+), Eulogio Contreras, David Rodríguez García (Granos y maíz) Abelardo Rodríguez, Cuan Aubert, Efrén Álvarez Maldonado, Jesús Aceves, José Zaragoza Lepe (+), Antonio Ascencio, Ramón Michel Barajas (+) (El buchón, paisano fabricante de carrocerías), y otros más que se escapan a mi memoria. La única venta que realicé en esa semana fue al señor Enrique Espejo, quien me compró dos llantas para camioneta y pagó de contado. Llegado el fin de semana, el sábado, se nos citó a todos los vendedores a una junta de evaluación, y además conoceríamos al dueño de la empresa el señor Guillermo S. Vega. 

    Llegada la hora me tocó ingresar al privado del señor Vega junto con el compañero Florencio Salazar, quien traía un currículum muy amplio como vendedor de gran experiencia. Al pasar, el señor Vega se dirigió a él, y con voz y tono de “chilango” le preguntó cómo le había ido y qué resultados traía, el señor Salazar le contestó que buenos, ya que había llenado un nuevo crédito, el señor Vega lo felicitó efusivamente. Y mirándome con cierto aire de desprecio, me dijo ¿y Usted, señor Real? Le contesté, "le tengo 10 nuevos créditos y una venta de contado", empezó a leer las solicitudes con mucha incredulidad, quizás pensando que eran inventadas por mi, así transcurrió mi primer mes de ventas, en comisiones rebasé el salario mínimo y hasta más, y obtuve la bonificación de los ochocientos cincuenta pesos que ofrecían. 

    Pagué la renta de mi casa y algunas cuentas de comestibles que nos fiaba Doña Baude a la vuelta de la casa, por la calle tres de la zona industrial frente a la Unidad deportiva Adolfo López Mateos. Decidí comprarle muebles a mi madre, y acompañado de mi hermano Habacuc, encontramos una mueblería que se llamaba “El Crédito”, nos llamó la atención por el nombre, nos apersonamos y solicitamos un crédito, con la sola referencia de mi trabajo de inmediato nos lo dieron, que tiempos tan hermosos aquellos, sin tantos trámites y vericuetos burocráticos le había comprado a mi madre una sala de tres piezas. Días después decidí llevar a mi hermano con el Señor Carlos Camarena, del mercado de abastos, para solicitarle un empleo, atento el señor Camarena accedió a dárselo, de auxiliar de contador. Mi hermano permaneció en ese empleo más de siete años, terminando sus estudios de licenciado en administración de empresas. 

    Al segundo mes de mi trabajo le compré a mi madre un refrigerador General Electric en "Paviche, me costó dos mil trescientos pesos, era una mueblería que existía por la avenida 16 de Septiembre, me acompañó Carlos, mi Tío, hasta la fecha mi madre lo conserva, y lo “inédito” es que después de “36” años NUNCA SE HA DESCOMPUESTO, obviamente es como una joya muy valiosa para mi mamá. Las semanas pasaban, paralelamente continuaba con mi estudios en la facultad de derecho, se me complicaba demasiado la clase de 8:00 a 9:00 AM, era muy difícil conseguir los apuntes de esa materia, el director estaba renuente a darme algún derecho para examen extraordinario, se perfilaba que tendría que repetir curso, por las noches estudiaba, y cuando tenia exámenes lo hacia hasta altas horas de la madrugada. 

    Mi promedio de ventas era bueno, me apoyé demasiado en los clientes del área del mercado de abastos, quienes continuamente me compraban llantas, e iba teniendo nuevos a través de la apertura de créditos que mi empresa les otorgaba, así logre tener como cliente al señor Everardo Cornejo, quien manejaba una compañía en la colonia Morelos denominada: “Sal y Azúcar". Mi cartera de clientes creció, tendría unos 50 aproximadamente, entre "buenos y regulares", ninguno "malo". Pronto compré un VW modelo 1972, me costó trece mil pesos, no sabía manejar, y cuando fui por él lo conduje hasta mi casa como pude, en corto tiempo mis tíos maternos Carlos y Ernesto me enseñaron a conducir. 

Continúa la décima entrega.

Lic. Herman Rene Real