jueves, octubre 14, 2021

Historia de Vida, octava entrega.



    Recuerdo que en muchas ocasiones forzadamente tenía que ayunar, o bien únicamente comer una sola vez en el día, me preocupaba demasiado el hecho de que Doña Nena y Doña Fidela me fueran a correr en cualquier momento. Se me venció otro mes de renta y volvía a caer en lo mismo, no tenía dinero para pagar ni a quien recurrir para que me ayudara, o me prestara para hacerlo. 

    Los muebles en mi trabajo no se vendían, evadía ver a las caseras para que no me fueran a cobrar, o quizás a pedirme que les desocupara, procuraba no pararme en todo el día en la casa, me llevaba mis útiles escolares y de mi trabajo me iba a la prepa. Mi promedio de calificaciones descendió aún más, no tenía la concentración suficiente ni las ganas de estudiar, sin embargo nunca pensé en desistirme de hacerlo. Por las noches cuando llegaba a dormir, pretendía saquear el refrigerador, pero las señoras ya se habían dado cuenta de los faltantes de alimentos y habían reforzado la seguridad poniendo otro candado. Entonces con aquella hambre me sentaba en la cama de mi cuarto, y lloraba desesperado. 

     Transcurrieron los días, y una tarde, aprovechando que algunos maestros no habían asistido a clases, sin darme cuenta y desesperado llegué ofreciendo en venta los muebles hasta una oficina que se ubicaba en la calle de Pedro Moreno, frente a la plaza de armas, justo en el centro de la ciudad, amablemente me pasó el gerente a su privado y después de escucharme, tal vez ya sin muchas ganas de vender, tomó el muestrario y empezó a anotar una lista con una gran cantidad de muebles, si más no recuerdo serían unos quince, preguntándole que si quería un presupuesto de cada uno de ellos, me dijo que no, que ya había tomado los precios y quería comprar todos los que estaba anotando, de contado para aprovechar los descuentos. 

    En esos momentos grité internamente de alegría dándole gracias a Dios por el milagro que estaba obrando en mi vida. Me firmó el pedido y corrí a la mueblería para que me lo surtieran, lo cual también le dio mucha alegría al gerente. Se surtió en dos días, y mi comisión fue de dos mil quinientos pesos, me sentí el hombre mas rico del mundo. La empresa que me había comprado era la estación radiofónica la "HK"  Inmediatamente fui y pagué los dos meses que debía en la casa de asistencia, le mande a mi madre doscientos pesos, y el resto lo guardé para mis gastos. 

     De nuevo empezaba otra vez a intentar vender, el tiempo no perdonaba, en la casa de asistencia seguían corriendo los días y juntándose los meses; llegó otro más y apareció el mismo problema, había que pagarlo. Mi madre me había escrito que mi padre no dejaba el vicio del alcohol y que cada día era más frecuente, que no había dinero para nada, y que la casa estaban a punto de perderla, o mejor dicho, que ya la habían perdido, ya que la habían hipotecado a Carlos Aréchiga y se encontraba ya vencida la hipoteca, Don Carlos les había dado un plazo de gracia para que consiguieran otra en donde vivir. Me decía mi madre que era tanta la necesidad, que mis hermanos cortaban las guayabas de los árboles de la casa y las vendían a Don Lencho Ramírez por cinco o diez pesos, para por lo menos comprar leche. 

     Se avecinaban de nuevo los exámenes finales de segundo año en la preparatoria, por la situación medio estudié para presentarlos, el promedio en mis calificaciones era mucho más bajo pero estaba terminando de esa manera mis estudios de bachillerato. Mi madre angustiada me volvía a escribir, tenían que entregar la casa a Don Carlos Aréchiga y no tenían en donde vivir, ni dinero para rentar una. Entonces me armé de valor y le conteste diciéndole: "Madre, vente a Guadalajara y te rento una casa acá, para ti, y para mis hermanos", a los pocos días me contesto diciéndome que lo había platicado con mi padre y que él no quería irse del pueblo, pero que ella y mis hermanos, si accedían a irse, que yo le avisara lo más pronto posible, en cuanto tuviera una casita en renta, lista para vivir en ella. 

     Me di a la tarea de buscar casa, recurrí a Salvador Villasana Díaz, mi amigo al que constantemente frecuentaba en aquel entonces, y que además éramos compañeros de estudios, le pedí me ayudara a buscar una barata en renta para mi madre y mis hermanos, me gustaba mucho el fraccionamiento en donde el vivía, Mezquitán Country, tenía su domicilio en la calle Compostela, pero me dijo que ahí eran muy caras las rentas, que me recomendaba un nuevo fraccionamiento que se llamaba Colón Industrial, en donde al parecer había muchas casas en renta, y muy baratas. En la primera oportunidad invité a Manuel Aréchiga, paisano, el "Che", quien ya radicaba también en Guadalajara, para que me acompañara a ese fraccionamiento a buscar casa, y así lo hicimos. Recuerdo que era el último en la ciudad, y que estaba ubicado en la zona sur de la misma, junto a la Unidad Deportiva "Adolfo López Mateos", después hacia el sur eran solamente baldíos, y la colonia Lomas de Polanco. 

     Cuando llegamos a ese fraccionamiento la primera calle que recorrí caminando fue "Juan de la Cosa", ahí en el 1358 había una, no tenía anuncio de que se rentara, pero estaba desocupada. Investigando con los vecinos, me informaron que los dueños eran Doña Camila y el señor Estrada, y que tenían una tiendita de abarrotes cerca, por la calle Vasco Núñez de Balboa, de inmediato fuimos, encontrándose ahí las dos mencionadas personas. Les solicité me rentaran su casa, y me preguntaron para qué la quería, les dije que para habitarla junto con mi madre y hermanos; no me solicitaron fiador y de inmediato me la rentaron en quinientos cincuenta pesos, los cuales ahí mismo les pagué. 

     Que alegría ten intensa sentí de ya tener una casa para mi madre y hermanos, y en donde yo también viviría ya con la familia. Le escribí a mi madre para informarle y le pedí se viniera lo mas pronto posible, me dijo que en unos diez días llegaría, en tanto conseguían dinero para hacerlo, para eso les envié doscientos pesos con la finalidad de tenerlos conmigo ya y habitar la casa. Fue así como mi madre y mis hermanos, sin mi padre, llegaron el fin de semana del 22 de agosto de 1972, venían en una troca que los transportó desde Unión de Tula, al parecer por cien pesos de flete. Mis hermanos todos eran unos niños, Rocío tenía 2 años, Rommel 4, Greco 6, Corina 9, Ulises 12, Habacuc 14, yo tenía 16, mi madre 42. Recuerdo que ella traía únicamente cincuenta pesos de capital. 

     Un día antes me había salido por la noche de la casa de asistencia, sin decirles nada, ni a Doña Nena ni a Doña Fidela, tampoco a mis amigos Santiago Delgado y Miguel Díaz, debía un mes de renta y opté por no pagarlo, no ajustaba para hacerlo y el poco dinero que tenía lo necesitaba para mi nuevo hogar, y para mi madre. Jamás regresé a esa casa ni volví a ver a las señoras. A Santiago y a Miguel si, pero ya en otra dirección, a donde después se cambiaron, para seguirlos frecuentando, sobre todo a Santiago. Mi padre se fue a vivir a la casa de su madre, mi abuela Luz Villaseñor, había dicho a mi madre que por unos días, mientras conseguía algo de dinero para irse con nosotros a Guadalajara. 

     Cuando mi madre y mis hermanos llegaron a la casa yo los esperaba en ella, bajaron de aquella troca algunas sillas (de la Corona) una mesa de madera, una cabeceras de acero, unos colchones viejos, y ropa, no había más. Al día siguiente mi madre se levantó muy temprano, habíamos dormido en donde pudimos hacerlo, había una estufa propiedad de los señores arrendadores, pero no había gas, de inmediato compramos un cilindro y ella empezó a preparar unos huevos, me dijo "Hijo ¿cómo te sientes?", y le contesté, "un poco mal, muy cansado, pero contento". 

     Para esas fechas ya tenía cerca de un mes trabajando para Miguel Hernández Guardado, quien vendía casas nuevas en el fraccionamiento Jardines Alcalde, mi puesto era de vendedor, y solamente con comisión, estaba bajo un paraguas esperando clientes para mostrarles las casas y tratar de convencerlos de que las compraran, había de diferentes precios, que oscilaban entre los cien mil y ciento treinta mil pesos, me había prometido el señor Hernández, que me daría un diez por ciento de comisión por casa que se vendiera, y en todo ese tiempo que tenía vendiendo no había podido vender una sola. 

     Tenía cerca de una semana de haber llegado mi madre, y aprovechando el periodo de vacaciones, trabajaba todo el día sin ir a comer a casa. Una tarde llegaron dos ancianitos y me dijeron que les mostrara las casas, les gustó mucho una que costaba ciento veinte mil pesos, pero no completaban el enganche, ofrecían un carro para completarlo, los llevé con el señor: Hernández, y aceptó, se hizo la venta, y yo visiblemente emocionado le solicité mi diez por ciento de comisión, había planeado que con ello comprar muebles para la casa. El tomó seiscientos pesos y me dijo: "Toma tu comisión", yo le dije que no era lo convenido, ya que me había ofrecido el diez por ciento, "es que estas aprendiendo" me dijo, y aparentemente molesto sacó quinientos pesos más y me dijo "toma esto y lárgate, estas despedido", sin responderle nada los tomé y salí de su negocio rumbo a la casa. 

     Nunca me habían despedido de ningún empleo, y menos sin razón, aquel tipo sin duda prepotente y grosero lo había hecho. Llegué con mi madre y se lo conté, se puso triste y me dijo "no te preocupes, Dios te dará otro trabajo, sigue buscando". Con el dinero que me había dado el señor Hernández la íbamos pasando, mis hermanos se inscribieron en la escuela primaria, los más chicos, y en la secundaria Ulises, mientras Habacuc lo hacía en la misma Preparatoria de Jalisco, yo lo había hecho en la Facultad de Derecho de la U. de G.  Entre tanto seguí buscando empleo y me coloqué en Cristalerías Cuervo, estaban en el centro de la ciudad, había que llevar loza y cristalería de la tienda a una bodega que se encontraba como a cinco cuadras, lo hacia en un diablito, era bastante pesado, el horario era de las 9:00 AM a 3:00 PM y el sueldo era de ciento cincuenta pesos semanales, en ese mismo trabajo coloqué a mi hermano Habacuc. 

Cuando se iniciaron las clases en septiembre pretendía continuar con el mismo trabajo, pero el señor José Cuervo me dijo "Muchacho tu no eres para este tipo de empleo, te voy a despedir, sigue estudiando", y me dio un mes de sueldo de indemnización. Las clases en la Facultad de Derecho ya se habían iniciado, el horario de las mismas era muy complicado, de: 7:00 AM a 10.00 AM y de 4:00 PM a 7:00 PM. No había suficiente espacio para poder trabajar. Me levantaba a las 6:00 AM me desayunaba un vaso con leche, y mi madre me acompañaba a la vuelta de la esquina, en donde caminaba por toda la calle 3 de la zona industrial hasta la de 8 de Julio, ahí tomaba mi camión norte y sur, que me dejaba en la esquina de la escuela. 

     Una de las primeras clases era la de Teoría del Proceso, impartida por el Licenciado Sócrates Eloy, quien era demasiado puntual, exactamente a las siete de la mañana nombraba lista de asistencia y quien no estuviera no le condonaba la falta. Cuando salía de la escuela seguía buscando empleo, iba y dejaba solicitudes en diferentes empresas, tendría que ser de vendedor, puesto que otro trabajo diferente se complicaría por el horario de clases. Transcurría el tiempo, llegó el primer mes de renta de la casa y pude pagarlo con lo que tenia ahorrado y con lo que me dieron en Cristalerías Cuervo. Mi hermano Habacuc se empleó en una imprenta en el centro de la ciudad, y con lo poco que le daban ayudaba a la casa y para sus gastos en la Preparatoria. 

     Sin duda mi posición en mi familia era semejante a la de un buen padre, ya que como hermano mayor había adquirido el compromiso de pagar renta, alimentos, vestido, de mi madre y de mis hermanos. El dinero se agotaba y a la puerta se asomaba una fuerte crisis económica, sin empleo, todo se tornaba muy difícil. Conforme pasaban los días, y aunado a que nadie me llamaba para trabajar, llegamos al extremo de no tener casi ni para comer, el agua potable mi madre la tenia que traer en un cántaro en la cabeza y un balde en la mano desde la llave, que se encontraba por Avenida Colón, a la entrada de la puerta de la Unidad Deportiva, esto es como a unas cuatro cuadras aproximadamente. Llegué al extremo de no tener dinero para mis camiones y me venía caminando desde la Facultad de Derecho a la casa porque me daba vergüenza pedir a mis compañeros para el camión. Fueron muchas las noches que no había que cenar, y por las mañanas no teníamos qué desayunar, a medio día unos vecinos que vivían al lado de la casa, Don Alfonso Alemán (Hermano de Julio Alemán) y su esposa Lupita, le llevaban comida a mi madre, y de esa comíamos todos, en otras ocasiones con algo que aportaba mi hermano Habacuc. 

     Mi padre no nos enviaba nada, en el último de los casos deseábamos que se viniera con nosotros, ya que mi abuela, le escribía a mi madre diciéndole que no dejaba de tomar a diario y su comportamiento dejaba mucho que desear, eso le mortificaba mucho a mi mamá. Antes de navidad fui a Unión de Tula a visitarlo, tenía rentado, junto con Don Javier García, un cuartito por la calle México, junto a la tienda de Don Luís Ramírez, en donde tenía una maquina de escribir y ofrecía sus servicios como escribano y litigante de asuntos penales. Le insistía en que se fuera a Guadalajara, con nosotros, y siempre la contestación era "más delante, allá les caigo", pero no me daba dinero. En la casa la situación se fue complicando, y se me juntaron dos meses de renta, hablé con Doña Camila y su esposo, y decidieron esperarme siempre que no se juntaran tres. 

     Pasé junto a mis hermanos y mi madre una navidad muy triste y pobre, apenas si pudimos comprar un pollo para todos, y lo que nos llevó Don Alfonso Alemán y esposa, eso cenamos; de igual forma pasamos el año nuevo. A principios de enero de 1973 tomé de la mano a mi hermano Ulises, quien tendría unos doce años, y le dije "vente te voy a llevar a conseguirte trabajo", llegamos al centro de la ciudad y me dirigí a la tienda Blanco, pregunté por el gerente, y me dijeron que era Don Bernardo, era un tipo alto blanco y con acento español, Don Bernardo, le dije, somos de un pueblo llamado Unión de Tula, Jalisco, y tenemos mucha necesidad de trabajar, ¿podría ayudarnos?, al parecer le gustó la forma como se lo dije y en voz alta dijo "para ti ahorita no hay vacantes, para tu hermanito llévalo allá a las cajas registradoras, y que ahí se quede de “cerillito” envolviendo compras, por lo que le den". 

     Fue así como mi hermano Ulises se quedó, y ahí siguió trabajando por algunos años, después él llevó a mis hermanos Greco y Rommel y los colocó laborando en lo mismo, hasta la fecha este ultimo continúa en lo que después de Blanco fue Gigante, y ahora Soriana, se desempeña actualmente como Gerente de una de las tiendas. Yo no dejaba de presentar solicitudes de empleo, para finales de enero de 1973 llevé una a una empresa que ni me fije a qué se dedicaba, la muchacha encargada, muy guapa por cierto; Hilda Aguirre, quien fue quien me atendió, me dijo "te vamos a enviar un telegrama contratándote", le dije que lo esperaría con mucho gusto (La mayoría de las empresas decían lo mismo) .

     A principios de Febrero, al llegar de la escuela me dijo mi madre "hijo, te llegó un telegrama", al abrirlo decía: Favor preséntese mañana 8:00 AM Washington 1165 Vyasa, contratado puesto trabajo. De momento no me acordaba que empresa era, haciendo memoria recordé a Hilda, si había cumplido lo que me dijo. 

    Inmediatamente pensé que perdería una clase al ir, (La de 8:00 AM a 9:00 AM) pero decidí que así fuera, debido a la gran necesidad económica que tenía. De la primera clase, la del licenciado Sócrates Eloy, me salí 15 minutos antes de que terminara, tomé mi camión y llegué, casi puntual, a mi cita de trabajo, serían aproximadamente las 8:10 AM.  Ahí mismo se encontraban cinco personas más esperando, al parecer también por el trabajo, nos concentraron en un patio, y de una puerta de acceso a las oficinas salió el señor Carlos Estrada para informarnos que habíamos sido contratados como vendedores de llantas de la marca General Popo, que por ocho días se nos daría un entrenamiento pagado en almacén, para conocer el producto. Posteriormente quien decidiera quedarse tendría como base el salario mínimo, mil cincuenta pesos mensuales, pero que a la empresa no le interesaban vendedores de salarios mínimos, sino que de las comisiones devengadas se pasara ese tope y aún mucho más. Se nos ofreció para el primer lugar de ventas mensuales un bono por ochocientos cincuenta pesos.

 (Continuará) 
Lic. Hermán René Real