sábado, noviembre 20, 2021

Historia de Vida, décimo tercera entrega.

Edificio "Mulbar", centro de Guadalajara.


     A raíz de que me despidieron de Servicientro Llantero, el señor Montemayor ordenó que se me hiciera una revisión en todos mis clientes con la intención de verificar si algo “anormal” existía, como por ejemplo, algún fraude o algo parecido. Lo cual no aconteció así, ya que el señor Bedoy, que me acompañó, al checar a cada uno de ellos encontró absoluta limpieza en mis operaciones comerciales. Y entonces la empresa procedió a pagarme mi liquidación en los amplios términos de La Ley Federal del Trabajo, si más no recuerdo, recibí cerca de treinta mil pesos, de aquellos “pesos.” 

    ¿Qué haría con ese dinero? fue una de mis mas sonadas preguntas, por lo pronto decidí pagar algunos gastos de la casa, entre ellos la renta y otros más. En la Facultad de Derecho cursaba ya el quinto grado (el último), de inmediato me nació la idea de poner un despacho jurídico, se lo comenté a Ángel Gomez, así como a mis compañeros Fernando Hernández Hernández, René Gámez Araujo y Esteban Contreras Acosta, quienes de inmediato se emocionaron con la idea, pero…. no tenían dinero. Fue entonces cuando decidí parar ese proyecto, toda vez de que la pretendida sociedad que quizás se formaría carecía de equidad económica. Había concebido otra gran idea, pondría una llantera, con servicios de venta de llantas nuevas y vitalizadas, montaje de llantas, alineación y balanceo, entre otros, “pero…” siempre este obstáculo, se requería de un nuevo socio, que le interesara el negocio, y sobre todo que tuviera el capital para emprenderlo. 

    Fui a hablar con mi tío René Ríos, hermano de mi mamá, y quien en esos tiempos ya disponía de capital. Como antecedente, había trabajado para Banamex como ejecutivo, y luego para una empresa muy fuerte en la venta de productos para la pesca, después se independizó y puso su propio negocio con ese giro, y en esa época aún lo tenía. Al comentarle el proyecto, de inmediato se interesó, habría que buscar un buen local, y un cuestionamiento importante era: “Donde compraríamos las llantas nuevas” y sobre todo, quién nos daría una línea de crédito para ello. Pensé en regresar con el señor Montemayor (en qué mente cabía regresar con la persona que precisamente me había despedido del trabajo), sin embargo era una decisión, y quería cumplirla, se la comenté a mi tío René y estuvo de acuerdo, fuimos juntos a la oficina de Montemayor. Al recibirnos, cual seria mi gran sorpresa que de inmediato me dijo: “Pásele Licenciado.” 

    El de tiempo atrás sabía que estudiaba derecho, sin embargo nunca me lo reprochó porque obviamente le cumplía con las cuotas de ventas. Una vez que nos sentamos mi tío y el de la voz, procedimos a explicarle nuestra visita, a lo que luego asentó; “que bueno que va a poner un negocio propio, usted no nació para ser empleado.” Nos pidió un bien inmueble que respondiera para la obtención del crédito, mi tío le dijo que tenía su casa propia, y en eso quedaría. Habiendo estado de acuerdo con todo,  fijamos fecha con el señor Montemayor para regresar a celebrar el convenio respectivo. Procedí a buscar el local, por razones del domicilio de mis mejores clientes, tendría que ser en el área del mercado de Abastos. Fue así como ubiqué uno por la avenida “Las Torres”, hoy Lázaro Cárdenas, cerca del mercado, era muy grande, tendría un fondo de aproximadamente unos 40 metros, por unos 15 de frente. 

    Localicé al dueño, era el concesionario de Chevrolet en el centro de la ciudad, al preguntarle por teléfono en cuanto rentaba, me dijo que diez mil pesos, nos pareció a mi tío y al que escribe que era demasiado caro (para aquella época), ante esto tendríamos que encontrar un nuevo socio cuya actividad fuera compatible con la nuestra. Indagando aquí y allá reparamos en que justo frente a ese terreno se encontraba un tallercito pequeñito, solo era un cuarto, se leía en el exterior “Kate auto eléctrico", sin duda era lo que requeríamos, ya que compaginaba con nuestro proyecto. Me entrevisté con un tal señor Mondragón, quien era el dueño, casualmente era de Cihuatlán Jalisco, la tierra de mi madre, y conocía Unión de Tula. Todo marchaba muy bien, inclusive había nacido una muy buena amistad, ya que compartíamos semejantes añoranzas. 

    Presuroso el prospecto aceptó el proyecto, el vendería acumuladores y ofrecería servicios de mantenimiento eléctrico en autos y camiones, nada más ideal, quizás también algunos de sus clientes requerirían llantas, o bien alineación y balanceo, o viceversa. Me comentó que ya había visto ese local, pero que también esperaba la oportunidad de hacerse de algún socio, de hecho estaba naciendo una sociedad entre nosotros. Habría que buscar el equipo de alineación y balanceo, y que mejor que en las “Nueve esquinas”, en donde había talleres que podían manufacturarlo, y de esa manera evitar comprarlo a alguna empresa y tener que pagar por la marca, cuando al fin y al cabo la utilidad seria la misma, y a menor costo. 

    Habíamos hecho cita en Chevrolet con el dueño del mencionado local, y fuimos los tres, Mondragón, mi tío René, y el que suscribe, el contrato de arrendamiento ya estaba elaborado. Al momento de nos lo dio para leerlo, y nos disponíamos a firmarlo, mi tío René, como si estuviese leyendo con “lupa”, encontró una diminuta cláusula, que digo diminuta, “microscópica”, que decía algo así como; “que en caso de aumentos en la divisa norte americana, la renta del local se aumentaría en la forma proporcional en que esa moneda aumentara”, la cual alarmó de inmediato a mi tío, ya que el dólar, constantemente (en esa época) aumentaba su valor en relación con nuestra moneda, “el peso.” 

    Mi tío le expuso al señor Álvarez (si más no recuerdo, ese era su apellido) que considerara esa cláusula y la suprimiera del contrato. Quedo de resolver al día siguiente, puesto que lo consultaría con su contador. Llegado ese día negó la petición. (tal pareciera que a toda costa querían lucrar indebidamente con nosotros, o sino, con cualquier otro inquilino que se presentara). Fue así como no se firmó dicho contrato, y el ánimo en mi tío, y el mío propio decayó y se fue enfriando, al grado de que llegamos al punto de renunciar a la idea de dicho negocio. Así terminaba, sin empezar aún, mi proyecto de ser empresario, con un negocio propio. 

    Conforme pasaba el tiempo mi pequeño capital mermaba, tenía forzosamente que invertirlo en algún negocio, fue entonces que retomé la idea de montar el despacho jurídico, volví a invitar a mis “seleccionados socios” (no había pensado en otros), ya que con ellos era con los que guardaba más amistad,  y de inmediato accedieron. Ya no me importaba si contaban con capital para ello, había pensado que en ese caso les prestaría y a futuro podría recuperar mi inversión, lo cual con el tiempo sucedió. Compré mobiliario y consideré, con el consentimiento de ellos, que los gastos se repartirían, para que cada uno, en la parte proporcional, me fuera pagando a plazos.

     Encontré una oficina en el edificio “Barreto”, en la Avenida Juárez número 315, me rentó su administrador, le decíamos: “Tribilín”, era también abogado, y el costo de la renta era de trescientos pesos, nos tocó el privado marcado con el numero 306. Este edificio pertenecía a la señora Celia Mooldom viuda de Barreto, quien además tenía, o tiene, otras propiedades, como el estacionamiento “Mulbar”, ubicado en la esquina de las calles Corona y López Cotilla, siendo además la madre del ingeniero que victimó al “Centavo Muciño” (en aquel bar por avenida las Américas), estrella goleadora de las “chivas” en los años setentas. 

    Había puesto mi primer despacho jurídico, el espacio era muy sencillo, tenía una salita recepción y su escritorio, además un privado con vista a la avenida Juárez, con un escritorio ejecutivo, su sillón, un archivero, y una maquinita portátil de escribir. En la compra de todo lo necesario había invertido aproximadamente seis mil pesos. Abrimos la oficina y de inmediato conseguí una señorita que nos sirviera de secretaria-recepcionista, le pagaríamos cien pesos a la semana. La interrogante que flotaba en mi mente en esos momentos era “donde conseguiría, clientes".  Continuará...

Lic. Hermán René Real